15/6/16

William Tyler, un país llamado América


“¿A dónde os dirigís?” le pregunta George Hanson al Capitán América. Con su traje de abogado de la costa sur de Estados Unidos, el personaje interpretado por Jack Nicholson parece un extraterrestre en Easy Rider, aquella película convertida en emblema de hippies, forajidos y buscavidas. El autoestopista galáctico que huye de una país que parece caerse a pedazos. El tipo que lo tira todo por la borda para buscar el nirvana. De su lucidez mojada en etanol parece asomar una gota de esperanza, el meollo de la película. Pero no es más que un espejismo. Al final, como tantas otras historias de la época, el guión termina en tragedia y el sueño se desvanece. “La hemos jodido”, sentencia el Capitán América.

De las ruinas de esas mismas derrotas parece surgir la música de William Tyler, músico de Nashville y antiguo colaborador de Lambchop. Sus canciones se estiran como carreteras interestatales, monótonas y silenciosas, piezas de una América que hace tiempo que se apagó. Permanecen, eso sí, los luminosos de colores chillones y los anuncios de 'Lucky Strike', las naves llenas de chatarra y los depósitos de agua. Pero no son más que hologramas de un paisaje que ya nadie quiere desenrrollar. Recorrer sus autopistas es descubrir los desvíos que tomaron las letras de Kerouac y Ginsberg, las bandas sonoras de Wim Wenders y Sam Peckinpah. Aguantar la crecida del Mississippi tras los acordes de una guitarra que huele a tierra y luce color ocre. Sólo a William Tyler se le podría haber ocurrido titular una canción con el nombre del condado de Jones, famoso por haber permanecido libre de banderas confederadas en pleno corazón del sur norteamericano.

Esa es la gran baza del de Nashville. Aguantar. Frente a otros compañeros en el arte de las seis cuerdas como Steve Gunn o Kevin Morby, Tyler ha preferido mantener su música completamente instrumental hasta la fecha. Como si su guitarra fuera suficiente para levantar esos paisajes majestuosos y solitarios. Como si sus personajes no necesitaran abrir la boca para tirar del hilo de unas palabras que, de mil veces usadas, parecen desgastadas a estas alturas. Sin ir más lejos, The Great Unwind, la canción que cierra el reciente Modern Country, toma su nombre de un artículo firmado por George Packer para el New Yorker en el que describe esa América desigual y pobre, mil veces puesta en boca de los mandamases, pero casi nunca presente en los reales decretos y las políticas de verdad. Las palabras, ya saben, se las lleva siempre el viento.

Sin embargo, bajo esa desolación, se esconde el pulso firme de la guitarra de Tyler. No sólo en la mencionada Kingdom of Jones, blues arpegiado, recuerdo a John Fahey, confirmación de que es posible decir muchas, tantas cosas, con una simple guitarra acústica. Sunken Garden (“el jardín hundido”) trae a la memoria a Ry Cooder en esas notas iniciales. También lo hace en ese fraseo intenso cargado de polvo e historia, en esa lectura de tradición que cabalga sin miedo a romper algunos tabúes. De hecho Albion Moonlight podría casar sin problemas con las escenas más dulces de Paris, Texas, historia a la que el propio Cooder puso banda sonora en su momento.

En el lado contrario se sitúa la nube tóxica de Gone Clear, con un William Tyler amenazante e incisivo capaz de mezclar por igual los ambientes oníricos de su anterior trabajo, Impossible Truth, y la valentía de los Wilco más afilados. No obstante es el propio Glen Kotche, batería de los de Chicago, el que pone la base rítmica al conjunto. Completan la lista de invitados Darin Gray, otro colaborador habitual de Tweedy y compañía, y Phil Cook, convertido en hombre orquesta de la escena actual con un currículum que incluye nombres como Bon Iver o Hiss Golden Messenger. Todos ellos se encargan de redondear un disco corajudo y sublime, que permanece erguido a pesar de carecer de palabras que lo sustenten. Su perfil es el de las Montañas Rocosas y el del Cañon de Colorado, el de las llanuras de Mississippi y los lagos de Illinois. Un viaje por esa parte del continente vasta y virgen, que se resiste a convertise en polvo y estampa de postal.

Modern Country es una carta de amor a todo lo que estamos perdiendo en América”, sentencia Tyler en la presentación del disco. Una afirmación que puede sonar a derrota, pero que encierra una ventana para la esperanza. Como en el conocido monólogo de Jack Nicholson en Easy Rider, la música de William Tyler celebra la libertad bajo las estrellas. En este caso no como simple anhelo hippy, sino como pilar sobre el que se sustentan los cimientos de un continente que, a pesar de vagar a la deriva, todavía tiene un lugar en la historia. Esto es, aquella carretera de ida y vuelta en la que tradición y modernidad son compañeros de viaje. En el centro, un sueño que se esfuma. Al costado, los acordes de una guitarra, sirviendo de guía para despistados y motoristas. Y en mitad del cruce, la misma pregunta, escrita en letras grandes y rojas: "¿A dónde os dirigís?". Es difícil de decir.
LL

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