4/2/17

Michael Chapman, el fuego redentor del folk


En el reverso de la carpeta asoma un escueto mensaje escrito en letras minúsculas. “Dedicado a todos aquellos que no llegaron tan lejos”. Conociendo a su autor uno no puede más que tomar el gesto por sincero. En una época en la que la derrota, el cinismo y la sección de esquelas amenaza con inundarlo todo, se agradece el guiño. Michael Chapman, veterano músico que nunca estuvo en las quinielas del éxito, sonríe desde este lado del río. Él, que siempre se esforzó por echar por tierra cualquier oportunidad de victoria, al menos puede disfrutar del triunfo de la longevidad. También de haber llegado hasta nuestros días con el espíritu inquieto de la juventud. Espoleado por el apoyo de músicos como Thurston Moore, Hiss Golden Messenger o Steve Gunn, Chapman completa con la edición de 50 medio siglo en el alambre.

Demasiado eléctrico para la comunidad folk, incapaz de abandonar su amor por el jazz, con las manos agrietadas del hombre de tierra y campo, Michael Chapman se convertiría en héroe de culto del árbol genealógico del folk británico en algún momento de los años setenta. Sin embargo, sin la tragedia atravesando su trayectoria, sufrió para hacerse un hueco en la historia del género como sí lograrían sus compañeros de escenario. Hablamos de totems como John Fahey, John Martyn o Nick Drake. Habituales en el circuito universitario de la época junto a Chapman, a día de hoy sólo él permanece en pie para contar su historia. Una biografía propia en la que no faltan los excesos y las visitas al purgatorio. Él, no obstante, “viejo obrero de la música”, nunca elevó queja alguna, prefirió   permanecer en un discreto segundo plano. Así, sin llamar mucha la atención, ha terminado grabando discos de apariencia futurista y colaboraciones con la nueva savia americana, discos instrumentales y colecciones que despistarían al oyente más cultivado en el tronco folk.

Por suerte todavía le quedan renglones que tachar en la libreta de tareas. Sin ir más lejos, 50 podría pasar por su primera colección de canciones netamente americanas. Extraño considerando que nunca faltaron referencias al universo yankee en el songbook del británico. Sin embargo, su manera de tocar la guitarra siempre escondió un extraño acento inglés. Como si su forma de atacar las cuerdas no pudiera separarse demasiado de los montes verdes de la campiña o del olor a salazón y madera ajada del Mar del Norte. Puede que Chapman nunca alcanzara el pulso cristalino de John Martyn o Nick Drake. Tampoco el ocultismo sureño de John Fahey. Ni siquiera el ascetismo hipnótico de Roy Harper. Sin embargo nadie le gana en espíritu oxidado, sin renunciar por ello a la majestuosidad de aquel que creció musicalmente escuchando a los maestros del jazz. A ratos sus melodías calan como la lluvia fina, a ratos nos lanzan a la tempestad como si sólo pudiéramos agarrarnos a un pequeño tablón de madera. Y es en esa soledad en mitad del mar en la que uno disfruta con mayor gozo de sus discos. Un océano que suena a carretera y a piedra mojada, a sol de justicia y hierba del norte. Como si Chapman, a pesar de haber permanecido anclado en las Midlands inglesas. no pudiera evitar imaginarse viajando en barco al otro lado del Atlántico. Un sueño que, cincuenta años después, por fin se cumple.

50 es Texas y Arizona, es una colección de Dust Bowl Ballads que podría haber sido escrita en 2017 o en 1931. Es el disco que Chapman hubiera firmado si hubiera nacido en Mississippi en mitad de los años sesenta o en la Oklahoma agrietada de Steinbeck y Woody Guthrie. Con sus parábolas y sus personajes bíblicos, sus banjos disparados como revólveres, 50 desprende el aroma del viejo oeste. Y como las historias de vaqueros que vimos de pequeños, vuelve una y otra vez para recordarnos que algunas cosas nunca cambian. “It's either a feast or a famine, my friend, either a flood or a drought” canta el trovador en Money Trouble. En los paisajes de Chapman, como en los de la América actual, no hay termino medio. Sólo el rico o el pobre, el empresario o el obrero que “lucha por sacar algo de dinero cada día y mantener al lobo alejado de la puerta”. Una sociedad partida en dos en la que la única redención llega de la mano del esfuerzo y el trabajo. O de la falta de él.

I can't afford to take it easy, I got nothing left to lose” arroja una de las líneas más clarividentes de la carpeta de textos, renglón extraído del libro musical de Guthrie, Dylan y compañía. De ese mismo  tomo sale también la inicial A Spanish Incident, historia de carretera y desierto a lo Easy Ryder. Ambientada en la misma Durango en la que Dylan situó su romance más tórrido, su espíritu aventurero y fronterizo sirve de trampolín para lanzar el resto del disco. También para presentar a los jóvenes compañeros de viaje de Chapman en 50. El banjo saltarín de Nathan Bowles (no dejen pasar por alto su disco de la pasada temporada, pura cosmic american music), las guitarras de James Elkington y Steve Gunn. Especialmente la de este último, responsable también de la producción del álbum, culpable de haber convencido a Chapman para que viajara a Nueva York y plasmara una colección de colecciones tan maravillosa. Su toque a las seis cuerdas, atrevido pero respetuoso con la tradición, heredero de los mejores maestros de la guitarra americana, pero sabiendo darle ese barniz moderno que lo conecta con gente como Kevin Morby, William Tyler o Kurt Vile, permanece en un segundo plano en la mayor parte del disco. Por suerte.

Evita así ese defecto tan en boga entre los jóvenes productores de nuestros días (los Jack White, Dan Auerbach y compañía) de terminar ensombreciendo al protagonista del plástico. No, este es un disco que lleva plenamente la firma de Chapman. Aunque el británico, siempre generoso, deje al resto de la banda explayarse para mayor gloria del oyente cuando la canción lo requiere. The Prospector contiene varios de los momentos más eléctricos y descabalgados del vinilo, ecos de un sonido que no habrían desentonado en el último trabajo del propio Gunn. Chapman, quizás para mantener el equilibrio, contraataca con uno de los mejores textos de la colección. Su desfile de personajes, digna de una película de John Ford, traza un perfil de una América no tan lejana. Cinco arquetipos -el buscador de petróleo, la maestra, el conductor, el granjero y el predicador- para los que no hay salvación ninguna en este mundo o en el que está por llegar.

The say that Jesus saves, but I see none of that down here. I just see people with the hunger. I just see people with the fear” dispara Chapman en la turbulenta Memphis In Winter, canción que no habría desentonado en los discos del forajido Malcolm Holcombe. Tampoco lo habría hecho Sometimes You Just Drive, nueva vuelta de tuerca a la cuestión de la redención divina. Como en el resto de la colección, tampoco aquí los personajes encuentran el perdón buscado. Tienen que ser las melodías dulces de The Mallard (cuánto le debe el joven Ryley Walker a Chapman y a la tradición folk de las islas) y de That Time of The Night las que terminen sirviendo de medicina para el oyente. También para el propio Chapman que abre una rendija para la esperanza, resguardado en la oscuridad de la noche o en esa cabaña desde la que parece cantar sus canciones.

No es el británico un músico que haya tenido miedo a enfrentarse a sus demonios. Tampoco a los que le echan en cara su trayectoria quebrada, llena de desvíos, a veces confusa hasta para sus más fieles seguidores. Ese ha sido su mayor triunfo, precisamente. Tozudo, sincero, superviviente, Chapman ha logrado engarzar desde su relativo anonimato una discografía que, vista desde la distancia, resulta excitante, llena de aristas, atrevida. Recuerda en esto a los Neil Young y compañía, representantes de la rama más inquieta del universo rock. 50, con su espíritu oxidado, incluso árido, funciona como bálsamo dentro de la producción del inglés. A diferencia de sus personajes, el artista parece encontrar redención en esta colección de tonadas. Una celebración, un triunfo tardío que servirá al menos para reivindicar a la figura de un tipo incansable y curioso. No se despisten, eso sí. Michael Chapman todavía no ha dicho su última palabra.

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