15/5/17

Un buscador de oro folk llamado Jake Xerxes Fussell

Fue Nick Lowe quien dijo que los Beatles arruinaron la música “porque después de ellos, todo el mundo pensó que debía escribir su propio material – lo que por supuesto muchos no podían”. Curioso viniendo de unos de los tipos que ha escrito muchas de la mejores piezas de pop atemporal de los últimos cuarenta años. También de los que más ha respetado la labor del simple intérprete de canciones. En el fondo, gran parte de su catálogo siempre estuvo basado en ese sonido clásico, inocente, de los sesenta. No inventa nada pero lo hace tan bien que uno no tiene más que quitarse el sombrero ante semejante derroche de clase.

Lo mismo puede decirse de todos los intérpretes de blues y folk del último medio siglo. Si el sonido del sur norteamericano quedó tallado en piedra hace décadas, no han faltado músicos que han seguido puliendo la tradición sin necesidad de inventar nada. En el fondo todas las canciones de blues son la misma. Una suerte de repetición de un mismo patrón. Jake Xerxes Fussell lo sabe y por eso, en vez de añadir nuevas piezas al canon, prefiere rebuscar en el vasto material del pasado recuperando la figura del simple intérprete de canciones, convirtiéndose en una suerte de Harry Smith del siglo XXI.

De momento su antología sólo comprende dos volúmenes, pero juntos resultan suficientes para trazar un mapa de la canción folk de los Estados Unidos. Sin ir más lejos su reciente trabajo recoge tonadas marineras y murder ballads, canciones trotonas para forajidos y reinterpretaciones de piezas del jazz de entreguerras. Todo ello con la guitarra como principal protagonista. Se une así a esa nueva generación de intérpretes de las seis cuerdas capaces de inyectar savia nueva a la tradición. Gente como Steve Gunn, Ryley Walker, Daniel Bachmann o William Tyler. Herederos de Ry Cooder y John Fahey. Malabaristas de la guitarra de palo y el sonido sepia. De todos ellos, Fussell es el más comprometido con el pasado.

De profesión académica, el músico de Carolina del Norte lleva media vida dedicada a desenterrar canciones olvidadas en un tiempo pretérito. Su trabajo en la universidad del estado tiene como función recopilar piezas del blues y el folk norteamericano. Una labor de restauración que no le ha impedido reescribir parte de sus hallazgos. Jump For Joy, la composición de 1941 de Duke Ellington, luce simple en manos de Fussell, pero mantiene el swing de la toma original. Pinnacle Mountain Silver Mine, la pieza más moderna de What in the natural world, asusta por su desnudez. Have you ever seen peaches growing on a sweet potato vine? se convierte en una suerte de alegato ecológico sin perder su tono humorístico. Fussell, lejos de sentar cátedra, abre el círculo para que otros sigan su rastro.

En el fondo su tarea consiste simplemente en recolocar piezas del puzzle. Encontrar las pepitas de oro escondidas en el río para que vuelvan a relucir a plena luz del día. Por su cedazo pasan, por ejemplo, los versos del poeta galés Idris Davies, descubierto por T.S. Eliot y reconvertido en literato tras perder un dedo en una de las huelgas mineras convocadas en el sur de Gales a mediados de los años veinte. Su Bells of Rhymney sería adaptado para la canción folk por una institución como Pete Seeger, lectura de la que surtirían versiones de los Byrds, John Denver, Robyn Hitchcock y hasta del Dylan de las cintas del sótano. El alegato obrero de su letra sirve de excusa para encontrar al Jake Xerxes Fussell más jovial, capaz de transformar una tonada minera en una canción festiva.

Lo mismo se puede decir de St. Brendan's Isle, pieza que parece salida de una jam session en un pub irlandés. Nada más lejos de la realidad. La composición fue escrita hace un siglo por Jimmy Driftwood, responsable de más de seis mil canciones del songbook americano, incluyendo piezas tan conocidas como The Battle of New Orleans o Tennessee Stud, esta última más conocida por la versión de Doc Watson. Más oscura es Billy Button, que además de su estribillo en forma de trabalenguas, recoge diferentes piezas de los años veinte y treinta y las incorpora a esta especie de comedia bufa, collage de imágenes que remiten a esa old weird america de la que hablaba Greil Marcus.

En el otro lado del tablero encontramos las canciones más desoladoras de la colección. Furniture Man es la pieza que más se asemeja al estándar del blues. Especialmente con esa letra en la que su personaje principal termina desahuciado, sin casa y sin muebles, listo para dejarlo todo y lanzarse a la carretera cual Woody Guthrie. Su final desposeído y libre parece más relevante hoy que cuando fue escrita, allá por comienzos del siglo XX. También lo es Lowe Bonnie, que recupera la desgastada figura de Henry Lee, asesino en serie, arquetipo del forajido norteamericano, reflejo de ese reverso tenebroso del país de las barras y estrellas. Su historia será contada una y mil veces por los músicos folk de nuestra generación y de generaciones venideras.

Ahí reside la magia del repertorio de Jake Xerxes Fussell. A pesar de hundir sus manos en la corriente por la que fluye la tradición, su música no suena ni añeja ni desgastada. Sus interpretaciones limpias, pero llenas de ritmo, pueden adoptar la forma de una big band o calzarse las botas de llanero solitario. Su voz desprende sabiduría. Y sus canciones surcan la geografía norteamericana sin miedo a reescribir estándares. En el fondo él es el primero que sabe que esas canciones fueran compuestas para ser cantadas una y otra vez para, una vez desgastadas, volver de nuevo y recordarnos que toda historia ya ha sido contada antes. La alegría, la desesperación, la naturaleza, la aventura de un nuevo horizonte. No hay nada nuevo en este mundo. Sólo las mismas canciones esperando a ser rescatadas del río de la tradición.

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